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jueves, 25 de febrero de 2021

Invierno, niebla, flor de almendro, casi primavera.

Salir de la cama. Escrutar la ventana. Niebla. El cielo llora tímidamente. Lluvia meona, que molesta poco, pero moja. Txirimiri dicen en el norte. 



El cuerpo oye los gritos de la cama reclamando su vuelta. El día no acompaña. Tengo sueño.
Primer pensamiento: "Me vuelvo a dormir". 
Segundo pensamiento: "Me voy a arrepentir".

Botas, cámara (protegida en su bolsa, que se moja), mochila y bocata. No hace mucho frío, pero es día de membrana, que mantenga seco el cuerpo y caliente el alma.

¿Para qué salir con niebla? Si no se ve nada. En realidad se ve mucho más.

Paisajes conocidos se vuelven difusos y misteriosos. Lo familiar se vuelve novedoso. Emoción por descubrir nuevos lugares que no lo son. Sé que estoy donde estoy. Pero parece que esté en...

No poder mirar más allá, nos invita a mirar más acá. Pequeños detalles que suelen escapar de nuestra vista, distraída en la visión de los grandes espacios, se muestran ahora como las motas que dan color al gris niebla que todo lo llena: Gotas de niebla escarchan los pétalos de las flores de los almendros. El rosa vence al gris. El verde se vuelve más verde. El camino desaparece en el blanco hacia el que voy.

La niebla oculta el paisaje, pero acaricia el suelo, las hojas, las flores, la cara... Amortigua los sonidos y sosiega el ánimo. ¡Y ahuyenta a las masas! Te quita y te da. ¡Pues no está tan mal!

Camino despacio, sin prisa, oliendo la tierra mojada y escuchando únicamente el crujido de mis pasos.

La niebla, ¡qué gran invento!








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