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viernes, 20 de marzo de 2020

Aneto, año 2000, historia de una primera vez.


En estos tiempos extraños* de confinamiento casero por pandemias víricas mundiales, a uno le da por pensar, por recordar, por hurgar en álbumes de fotos. En el momento que escribo estas líneas, si todo hubiera ido como había previsto, debería estar recluido en la cabaña del Cerbillonar tras haber ascendido la Gran Canal de Cerbillona al Vignemale. O quizá después de haber fracasado. O quizá...


El caso es que no, que estoy encerrado en casa tratando de matar el tiempo con cientos de cosas e ideas, y esta me ha parecido adecuada. Y es que en esta semana se han cumplido 20 años de un viaje casi iniciático. Un viaje en el que, por primera vez me calcé unos crampones (de cintas y sin antizueco, chúpate esa), la primera vez que cogía un piolet, la herramienta del montañero al que siempre había mirado con admiración.

Era mi último curso de Magisterio en Valencia, una Valencia inmersa en Fallas, por lo que no había clases (para más inri, en esos momentos yo hacía mis prácticas en el CP Ciutat del Artista Faller). Aquello se convirtió en un viaje estudiantil en el que además de mis amigos de siempre, también hubo compañeros suyos del Grupo de Montaña de la Politécnica. Es por eso que disculparéis mi falta de memoria y mis lagunas con los nombres de alguno de ellos (sobre todo espero que sean ellos los que me disculpen, en el improbable caso de que me lean). Tampoco recuerdo las fechas exactas, aunque los días que allí pasamos fueron en torno al 19 de marzo.

Llegada al Plan de Senarta

El primer día de viaje llegamos a Benasque, dejamos los coches en el Plan de Senarta y tras unas dos horas llegamos al refugio libre de Coronas donde compartimos velada con un pequeño grupo de tres, madrileños creo recordar.

Cena en el refugio

El primer día decidimos ascender dos cumbre hermanas, muy cercanas entre sí: la Tuca de Culebres (3051 m.) y el Ballibierna (3056 m.), fantásticos balcones sobre la cara sur de todo el macizo del Aneto y las Maladetas. 

 Detrás de mí, las cumbres de Ballibierna y Culebres, y a su derecha el Barranco del Canal de les Culebres, por donde discurre la ascensión.

 En un descanso, con el Aneto dominando la escena. A su izquierda, el collado de Coronas. Mañana pisaremos ambos.



 El Paso del Caballo (el origen del nombre es obvio), que separa las cumbres de Culebres y Ballibierna. Detrás, un par de compañeros indecisos, permanecen en la cumbre de la Tuca de les Culebres de la que no conservo ninguna fotografía.

 Cumbre de Ballibierna. Detrás se aprecia a los compañeros que esperan en la cumbre de Culebres.

Calzándonos los crampones al sol, en el mismo lugar en que nos los habíamos quitado antes de acceder al Culebres, ya que la roca estaba limpia de nieve.

Al día siguiente llegó el turno del rey de los Pirineos, el Aneto, del que conservo pocas fotos (antes con los carretes no hacíamos tantas, no fuera a acabarse la película). La recuerdo como una ascensión larga, con bastante desnivel, a través de los ibones de Coronas. En el grupo eramos varios los que no habíamos subido al techo del Pirineo, pero también quien sí, y no una sola vez. Así que un pequeño grupo se decidió por la Tuca de Aragüells, de 3044 m., en el extremo de la arista sur del Pico Maldito.
Los seis que seguimos hacia el Aneto tampoco lo hicimos juntos, ya que los dos Nachos, Alberto y Rubén (acabo de recordar los nombres de Alberto y Rubén, los Nachos son de casa y no se olvidan), ascenderían por el Corredor Estasen. Neus y yo, por el Collado de Coronas.

 Neus bajo las rocas que defienden el Collado de Coronas

 El menda, llegando al mismo punto. A pesar de lo gris y frío del día, en la cumbre el cielo se abrió y gozamos de unas vistas espléndidas.

 Un descanso antes de la trepada del Collado Coronas

Tras cruzar el Paso de Mahoma, llegamos a la cumbre donde todos nos reencontramos. Alberto sostiene en su mano la sorpresa del día. ¡Una lata de cerveza que había subido a la cumbre!
Dos cosas más que hacía por primera vez: compartir una cerveza en una gran cumbre, y tomar cerveza granizada. Pese a la temperatura bajo cero (el pequeño termómetro de Natxo creo recordar que marcaba -3ºC), tengo recuerdo de una muy agradable sensación en cumbre, con sol y sin viento, y con todo el Pirineo a nuestros pies.

Cumbre del Aneto (3404 m.)

Si no me falla la memoria (veinte años después), en la cumbre nos citamos nosotros seis, los tres madrileños con los que compartimos refugio, que habían subido el Estasen por delante de nuestros compañeros y con quienes me crucé en el Paso de Mahoma, por el que ya descendían, y una pareja de catalanes que tras calzarse los esquís se deslizaron hacia La Renclusa. Viendo los atascos veraniegos que se forman en el Paso de Mahoma, me resisto a volver a esta montaña en esa estación. Creo que fui un afortunado por el momento en que ascendí y no quisiera ensuciar mi recuerdo con una decepción semejante. Llamadme raro.

 Regreso por el Paso de Mahoma. Al fondo, aún se intuye la cruz de la cumbre.

 Antes de volver por Coronas aprovechamos para ascender la Punta Oliveras, una antecima del Aneto poco significativa, de 3298 m.

Tras destrepar el Collado de Coronas (con más dificultades por mi parte de las esperadas, en parte por la falta de antizuecos) el resto del descenso lo recuerdo muy agradable: alguna pala fácil "culeada", y la monotonía de los largos descensos cuando el cuerpo ya va pidiendo un descanso.

 En cuanto acaba la nieve aprovechamos para comer algo y disfrutar del sol.

 Refugio de Coronas

Plan de Senarta, donde pasamos nuestra última noche.

En estos tiempos de encierro, hay tiempo para el recuerdo, para los proyectos, para los libros, para la familia. Pero que nadie lo dude, venceremos esta pandemia y nuestros pies volverán a recorrer las montañas, nuestros ojos volverán a admirar su belleza sin pantallas de por medio, volveremos a sentir el frío y el calor, volveremos a escuchar el mordisco de los crampones en la nieve, a oler la tierra húmeda por la mañana... Porque dentro de veinte años, seguiremos saliendo al monte y recordaremos los que nos pasó veinte años atrás como una pesadilla que nos hizo más fuertes, más libres, más solidarios, mas humanos.

Nos vemos en las montañas.


*Este post está escrito durante el periodo de confinamiento que vive nuestro país y parte del mundo por la pandemia de COVID-19

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