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jueves, 22 de agosto de 2019

Dos días por La Munia

Fecha: 19 y 20 de julio de 2019
Componentes: Iván, Natxo y Javi (yo mismo)




Viajar a Pirineos siempre es motivo de alegría y hacerlo con amigos lo es mucho más. No se me olvida el momento en el que, barajando diferentes opciones entre bocatas y cervezas, y viendo que ningún plan parecía convencer totalmente a ninguno de los tres, se me ocurrió pronunciar el nombre de La Munia, con lo que causé un respingo en mis compañeros que me confirmó que había dado en el clavo.

Ninguno conocíamos la montaña, cercana al Parque Nacional de Ordesa, pero fuera de él, lo que nos garantizaba, si no soledad, sí cierta tranquilidad, y una vía normal que no es un mero paseo, además de contar con un vecino, el Robiñera, que nos permitía realizar una ascensión más sin mayor problema, o eso creímos.

Tras dormir el jueves junto al coche en la pista que sube a Petramula, donde llegamos hacia las 01:30h, nos dirigimos, ya viernes 19, al Collado de las Puertas para acceder a los Ibones de la Munia donde íbamos a pasar la noche. La ascensión hasta el Collado de las Puertas es relativamente cómoda y en poco más de dos horas superamos los más de quinientos metros de desnivel que nos separan de nuestro destino.

Primera mañana Foto: Natxo

Petramula

 Pico Petramula

 Lirio azul


 Collado de las Puertas, bajo el Robiñera

 Llegada a los Ibones de la Munia, nos encontramos con los críos de un campamento.

Casa instalada, recuperada la calma tras la marcha de los peques.

Tras plantar la tienda decidimos ascender al Robiñera. Debemos volver hacia el Collado de las Puertas lo que nos da bastante pereza. Craso error. Encontramos una reseña que describe de forma bastante vaga una vía directa desde los lagos. Confiando en encontrar huellas de paso o mojones de piedras que nos den pistas del camino, nos lanzamos a la ascensión. El recorrido que intuimos se muestra incómodo, lleno de rocas frágiles, muy descompuesto y algo impresionante por momentos. 

Foto: Iván

Me encuentro entre dos mundos. Iván ve clara la ascensión. Natxo no sabe qué nos encontraremos. ¿Y si nos toca destrepar todo este laberinto de piedras descompuestas por no encontrar una vía de ascenso y no poder bajar por la vía normal? Yo, salvando las distancias, creo sentir algo de lo que vivieron los pioneros pirineistas allá por el siglo XVIII o XIX. 

Yo, bregando en una de las canales de roca descompuesta. Foto: Iván

Sin una vía clara, allá arriba está la cumbre pero, ¿se puede subir? No encontramos ninguna señal de paso de nadie ni ningún hito de piedras que nos confirme que estamos en el lugar adecuado. Finalmente Natxo dice que se vuelve e Iván y yo decidimos bajar con él. No es lugar para que nadie se baje solo. Es lo más sensato. Así que con el rabo entre las piernas, volvemos, con muchísimo cuidado, sobre nuestros pasos. Nos hemos quedado a 2.850 metros de altitud, apenas 150 metros por debajo de la cumbre del Robiñera, a 3.003 metros de altitud. Fue una sensación agridulce, entre la decepción, por no haber alcanzado la cumbre y la emoción de explorar la forma de ascender una montaña de la que apenas conocíamos nada. Más tarde descubriríamos que estábamos en la vía buena. Pero no lo sabíamos. Toda una experiencia realmente enriquecedora.

Desde la cota más alta alcanzada, la vista es sobrecogedora. Ibones de la Munia sobre los que asoman, imponentes las Tres Sorores, encabezadas por el Monte Perdido, con su menguante, pero aún espectacular, glaciar de la cara norte. A la derecha destaca, imponente, la Peña Blanca. Tras ella, una mancha blanca en la lejanía nos llama la atención: El glaciar del Vignemale.

El Vignemale en la lejanía.

De vuelta, la tarde nos da para pasear. Queremos ver los llanos de La Larri y el fondo del Valle Pineta. Iván propone acercarnos a una loma herbosa que cree que será un buen mirador. Se trata de una loma que se encuentra en la cresta occidental del cercano pico de Chinipro. Iván acierta. La vista sobre Pineta y las cumbres que lo dominan sobrecoge.

Monte Perdido sobre su glaciar y la cascada del Ibón de Marboré. En la parte inferior los llanos de La Larri. Al fondo, Pineta, más de 1.500 metros de abismo.

Estamos sin palabras. Foto: Natxo

De vuelta a la tienda. En el centro, casi en la sombra de la nube, el Robiñera, que esta mañana nos rechazó.

El resto de la tarde transcurre vagueando y luchando contra el calor, que aprieta bastante. Pero nos acostamos pronto. Mañana nos espera La Munia.

Refrescándonos. Foto: Natxo

 Hora de cenar. Foto Natxo

 Últimas luces

 Buenas noches.

Hacia las 6:30 suena el despertador. Hoy es el día grande (y eso que ayer me pareció enorme). Nos espera La Munia. La ascensión hasta el collado de La Munia es relativamente cómoda y en poco más de una hora nos plantamos allí: 2.853 metros. 

Iván, ante la Peña Blanca, de la que se ha enamorado locamente.

Últimos metros bajo el Col de la Munia

Hacemos la subida con tres madrileños que han dormido en el lago pequeño, algo más arriba que nosotros. Su amabilidad y experiencia serán claves para nosotros.

Col de la Munia. Frente a nosotros el inicio de la cresta.

Preparados para iniciar la cresta. Foto: Natxo, o al menos de su cámara, ya que él está en la foto. (Le concedemos la autoría a uno de los madrileños, aunque no recuerdo cual).

La cresta de la Munia es un recorrido muy entretenido con pasos de todo tipo. La roca es de buena calidad, a diferencia que en el Robiñera. Algunos pasos difíciles se evitan desviándose hacia el norte (Francia) por un sistema de corredores que nos permiten abandonar y regresar a la cresta en diferentes puntos. 

 Foto: Iván
 Foto: Iván


Foto: Natxo

 Foto: Natxo

 Foto: Natxo

 Foto: Natxo

 Foto: Natxo

 Canal previa al Paso del Gato. Foto: Natxo 

Antes del paso clave de la ascensión, el Paso del Gato (y el siguiente, sin nombre pero más impresionante) se remonta un corredor por el sur (España) sobre el que hay un bloque rocoso empotrado sobre el que pondremos posteriormente los pies para iniciar el citado paso felino. Iván supera el primero el paso. Es en este punto donde Natxo decide que no se encuentra seguro y decide que se baja hacia el collado. Yo dudo por el descenso, ya que no hemos cogido material para asegurar. Ante mis dudas (y la cara de decepción de Iván) los madrileños nos invitan a subir con ellos. Llevan un cordino de 20 metros y material para bajar. Esto me anima y tiro hacia arriba.

 Iván sobre el Paso del Gato. Foto: Natxo

 Yo, sobre el bloque, decidiéndome a superar el "dichoso pasito". Foto: Natxo

¡A ello! Foto: Natxo

 Lo mismo, desde arriba. Foto: Iván

Foto: Iván

A partir del Paso del Gato, la cresta, aunque no es difícil, sí que es espectacular y muy aérea. Se suceden las vistas sobre el inmenso Circo de Troumuse  (4'5 kilómetros de anchura), el de la Munia y el de Barrosa, los pasos con el culo "apretao" sobre el abismo nos ponen todos los sentidos alerta. Luego hay que volver por el mismo sitio y hacerlos de nuevo. Pero quien haya hecho montaña ya sabe que volver por el mismo camino, no es el mismo camino. Los pasos y la perspectiva cambia. Doble tensión, doble diversión.

La atención que prestamos en el itinerario nos impidió sacar fotos hasta que llegamos a la cumbre. Pero quedan a buen recaudo en el fondo de nuestras retinas las imágenes de una magnífica ascensión que nos condujo hasta los 3.134 metros de La Munia, un auténtico montañón.

Obligada foto de cumbre con Iván. A nuestras espaldas, el macizo del Monte Perdido.

Panóramica de las cumbres de Pineta y Circo de Troumuse a la derecha.

Circo de Troumuse.

Tras la cumbre, el descenso por el mismo camino, volviendo a salvar las mismas dificultades que en la subida, pero más cansados. En el paso del Gato y el que hay sobre él, la salvadora cuerda de los madrileños que nos facilitó mucho el descenso de dichos pasos, más impresionantes que difíciles, todo hay que decirlo. Aunque no creo que lean esto, les reitero mi agradecimiento por su amabilidad y espíritu montañero. Así da gusto salir al monte.

Descenso hacia los lagos de la Munia. A la izquierda, el Robiñera.

Del descenso, poca historia que contar. Desmonte de tienda y a pasar calor hasta el coche donde nos dimos un chapuzón para celebrar los dos magníficos días vividos y cena con vino en El Chinchecle de Bielsa.

Foto: Natxo


Y es que no era para menos. Vivir tres días con amigos, en una montaña pirenaica con poca gente en el mes de julio no es fácil. Una montaña que nos ha dado alegrías, lecciones y nuevos aprendizajes. Montaña con amigos, lejos de la masificación de otras cumbres con más nombre, con más pedigrí, pero sólo sobre el papel. La Munia, una gran montaña que nos ha dejado una huella imborrable. Una montaña gourmet.

¿Cuál será la próxima?

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