Lo que viví el pasado 27 de julio en el valle de Benasque podría definirse como una de las experiencias más intensas y gratificantes que he vivido en montaña en los últimos años. Hace apenas medio año ni me planteaba participar en una prueba como esta (soy corredor novel) y a quien me lo dijera le hubiera dicho que era una locura. Pero allí me presenté, animado por Alberto Vidal con el que compartí toda la prueba. Nunca había recorrido (y menos corrido) ni tanta distancia, 41’6 km, ni superado tanto desnivel, 2260 metros positivos, así que la cosa se planteaba bastante incierta.
En la línea
de salida empecé a ver caras conocidas: ¡allí estaba medio Alcoy! Y entre
saludos y abrazos encontramos a Jorge Rubio, con el que acabamos compartiendo
casi todo el duro recorrido que habían planteado los organizadores. Recomiendo,
de paso, la crónica que el propio Jorge publicó en el blog de su club APER
Alcoi.
La salida
desde Benasque fue multitudinaria y, al salir del pueblo, pronto se formó el
primer embudo al coger la primera senda rumbo a Cerler: 920 corredores en fila
de uno es lo que tiene. Total, que 4’5 kilómetros de subida y uno 500 metros de
desnivel a ritmo de paseo para calentar las piernas que, a decir verdad, para
los que no somos superhombres, no nos vino nada mal.
Primer control y descenso
hacia Anciles y embalse de Linsoles en Eriste. Allí nos esperaba la familia
para recargar baterías (km 10 aprox.).
A partir de ahí, fin de la broma. Tocaba
subir desde los aproximadamente 1100 metros de Eriste hasta los 2.700 del
collado de la Plana del tirón, en apenas 12 kilómetros de recorrido. ¿Correr?
Ni en broma. Rampas empinadísimas en la pista. Avituallamiento en Espigantosa (deficiente)
y a partir de ahí senda de montaña entre coníferas hasta el refugio Ángel Orús,
situado en una ladera a unos 2.200 metros de altitud, ya por encima de la línea
de árboles.
Si cierto
es que pasamos mucho calor durante la subida, también lo es el hecho de que
nos dirigíamos inexorablemente hacia negros nubarrones que se agarraban
persistentes a las cumbres. Tras rellenar agua y comer alguna barrita de
infernal sabor en el refugio, continuamos hacia el Coll de la Plana en la que
claramente era la parte más dura de la subida.
Con la mayoría de tramos ya
fuera de sendero, confiando en los hitos de piedras y en las marcas de GR, así
como en los corredores que iban por delante, conseguimos llegar al collado de
la plana cuando se cumplían las 7 horas de carrera, todo en medio de una
insistente y espectacular animación por parte de las voluntarias de la carrera.
Estábamos
arriba, a 2700 metros de altitud, el punto más alto de la carrera. Sólo había que
bajar. ¿Sólo? Cualquiera que tenga cierta experiencia en montaña lo sabe. Hay
que bajar. Y suele ser lo más duro, largo y pesado del todo. Y sólo estábamos
en la mitad del recorrido.
El descenso,
muy técnico hasta los ibones de Batisielles, debía hacerse con mucho cuidado,
entre bloques de roca y algún pequeño nevero persistente, que no planteó mayor
dificultad. Jorge, que era la primera vez que visitaba los Pirineos, no dejaba
de alucinar con todo lo que veía: Precioso,
espectacular, qué pasada. También era la primera vez que corría por un
terreno así lo que fue una experiencia nueva para él, aunque me atrevo a decir
que la disfrutó un montón. Por su parte, Alberto miraba con insistencia al cielo.
¡Que no llueva, que no llueva!-decía.
Yo le intentaba convencer que la lluvia le daría un último toque épico a la
carrera, pero creo que no le convencí.
Pasado el
Ibonet de Batisielles, en un tramo ya por buena senda, de subida y bajada,
bastante rompepiernas y que nos conducía al refugio de Estós, pasó lo
inevitable. Se rompió el cielo y enormes gotas empezaron a caer, así como algo
de fino granizo, todo ello amenizado por la banda sonora de los truenos
acercándose. Aunque incómodos y algo fríos, yo pensaba que si un lugar era
bueno para que nos lloviera, era ese, con buen camino hasta la meta, lejos de
las pedreras cercanas a las cumbres. Llevábamos algo más de 8 horas y, bajo el
aguacero yo gritaba: ¡¡¡La épica de la
carrera!!! ¡¡¡La épica!!! No sé por qué pero creo que a mis compañeros no
les hizo gracia. Creo recordar algún improperio hacia la lluvia, la tormenta e,
incluso, hacia mi persona. En fin, no lo tendré en cuenta. Tras avistar Estós,
al otro lado del valle, paró de llover. Parada técnica al llegar al refugio
(tras fichar en el punto de control) y para abajo. Con un fuerte dolor de
rodillas tras el pequeño parón, vi que Jorge tenía buenas piernas y le dije que
tirara. Así que nos quedamos Alberto y yo, él esperándome, ya que me dolían bastante
las piernas y no podía correr más. En la cabaña del Turmo (sí, la de la canción
de Celtas Cortos) último avituallamiento y a volar por la pista forestal
mientras la tormenta se volvía a desencadenar). Y digo volar, porque eso es lo que hice: una pequeña raíz, traidora y
alevosa se cruzó en mi camino para hacerme volar por los aires y dar con mis
huesos en el suelo. Tras comprobar que estaba más o menos entero, reanudamos la
carrera a ritmo aún más lento, sobre todo al comprobar un agudo dolor en el dedo
del pie que había tropezado con la raíz maldita (esguince en el dedo y
perdigonazo de chinas en las palmas de las manos, que me tuvo que sacar el
médico. Mucha pupa).
A partir de
ahí, llegar a la carretera (tramo eterno a esas alturas) entre coches pitando y
animando, y entrada apoteósica a Benasque, lleno de público y con la familia
esperando.
Finalmente entrada en meta con mis peques de la mano. Allí nos
esperaba Jorge y, entre abrazos, choques de mano y palmaditas, así como alguna
lágrima (mía, por supuesto, mezcla de cansancio y alegría), terminó una carrera
que difícilmente olvidaré.
¿Repetiremos
el año que viene? 10:27 horas es mucho tiempo. Habrá que rebajarlo, ¿no?
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